Roma
Director: Alfonso Cuarón
Reparto: Yalitza
Aparicio, Marina de
Tavira, Marco Graf, Diego Cortina
Autrey, Carlos
Peralta,Daniela
Demesa, Nancy García
García,
Drama. México. 2018. 135’.
Todos los públicos.
Mucho se ha hablado ya de esta película, a la que se ha
calificado con razón de obra maestra, y seguramente es porque, además de ser
una cinta extraordinaria, ha descolocado tanto a la crítica como al público por
dos características: es una obra cinematográfica fuera de modas y contextos
actuales y porque, siendo una obra cinematográfica, no está hecha para el cine.
La segunda parte es una ruptura total y un punto de
inflexión definitivo y convulso en el concepto “cine” que dará mucho que
hablar y a la que dedicaré una crónica en breve. Una película producida por y
para una plataforma de televisión de pago (Netflix) y que, sin embargo y después
de haber sido desahuciada en Cannes, ha ganado en Venecia, se ha llevado un
Globo de Oro, el Premio Forqué e innumerables premios por todo el mundo, además
de estar nominada a los Oscar, los BAFTA, los Goya… es, sin duda, un hecho del que hay que hablar y reflexionar. El cine ya no se ve en el cine, el buen cine ya no se
produce para el cine ¿qué pasará entonces con las salas cinematográficas? Pero
está reflexión queda para un próximo capítulo.
Cinematográficamente hablando Roma en una película
excepcional, monumental, una “obra maestra”. Y no creo que el calificativo tan
repetido sea excesivo porque la película recoge o recupera todo lo que para un
buen amante del séptimo arte es digno de mérito: guion, interpretación, ritmo,
fotografía, idoneidad, mirada… Una película que sabe retratar desde lo mínimo
tanto los grandes conflictos sociales y políticos como lo más íntimo del ser
humano, haciéndola épica a la vez que sencilla, magnífica y deslumbrante a la
vez que sutil y sensible.
Un Cuarón en estado de gracia firma la dirección y el
guion, además de aportar fotografía y montaje, y cada faceta de manera
brillante, algo que eleva al director mexicano definitivamente la estrellato de
los grandes directores de todos los tiempos.
La historia, como ya sabréis, se desarrolla en la
complicada etapa de los años 70 en México y está centrada en la vida de una
familia acomodada del barrio de Roma, en Ciudad de México, vista a través de la
mirada de una de sus criadas, una india llamada Cleo e interpretada por la
debutante Yalitza Aparicio, cuyo genial trabajo ha recibió innumerables premios.
La narración tiene la virtud de mostrar la vida tal y
como es, sin dramatismos, sin apuntes superfluos, sin maniqueísmo ni énfasis.
Con la distancia suficiente y la precisión justa para resultar creíble y
verosímil, de una sinceridad y una desnudez que llevan al espectador a examinar
la vida de la familia de forma directa. Esa es su riqueza y su valor, analizar
sin sajar, enseñar sin escarbar, contar sin incidir, con una mirada limpia que
sin embargo enseña la vida real tal cual, dramática, dura y descarnada,
pero vida auténtica.
Esa forma de narrar está enfatizada por la planificación,
con planos generales muy largos o notables panorámicas de ida y vuelta, muy
lentas, que acompañan a los personajes por la casa mostrando el quehacer
diario, los ritos y los ritmos cotidianos, con las pequeñas variantes que van
puntuando los cambios y la metamorfosis de cada uno de los habitantes del
lugar. La vida va pasando, suavemente, los personajes van amoldándose a las
situaciones mientras la vida sigue.
Maestro del plano secuencia, con sobrados ejemplos que
pasaran a la posteridad por su pericia, como los abundantes de Hijo de los hombres
(Reino Unido, 2006) o el magistral plano inicial de Gravity (Estados
Unidos, 2013), Alfonso Cuarón vuelva a demostrar como sacar partido
a este recurso. Además de los constantes paneos de cámara un plano secuencia es
especialmente relevante por el dramatismo que aporta al discurso: el plano de
la playa, donde la cámara una vez más acompaña al personaje, está vez sobre
tráveling, en un movimiento de ida y vuelta sobre la arena que acabará entrando
entre las olas de un mar encrespado. Quizá el momento más dramático de la cinta
resuelto con una sencillez formal, que no técnica, impresionante.
Es interesante también la utilización de los objetos y de
los espacios de forma narrativa. Como ya hizo el maestro Vittorio de Sica en Ladrón de bicicletas
(Italia, 1948), Cuarón utiliza de forma tan psicológica como narrativa algunos
lugares y algunos elementos de la acción. Como los aviones que pasan al fondo
de los planos o reflejados en el agua, con esa metáfora de tiempo en fuga. Pero
el ejemplo más significativo es el del coche y el garaje, o lo que se usa de
garaje. El padre de la familia usa un enorme coche americano que apenas puede
aparcar en la angosta entrada de la casa, para lo cual necesita un montón de
precisas maniobras. El director se cuida de enfatizar este trabajoso esfuerzo
paterno de meter cada noche el coche que apenas cabe en ese espacio mientras la
familia entera celebra su llegada. Más tarde la madre, en pleno proceso
catártico por su separación, destroza el coche sin remordimientos cada vez que
intenta meterlo en el mismo lugar. Finalmente, cuando ella ya está liberada del
peso de la culpa y de la ausencia,
cambia el coche americano por uno europeo que entra como un guante en el
zaguán. Una manera visual y psicológica de evidenciar la posición predominante
del padre y el desamparo de la madre, con el consiguiente proceso de liberación
final.
Pero tras las trama del problema vital de la madre, visto
por los ojos de la criada, quien
arrastra y comparte su propio drama, un complejo discurso íntimo, destaca el
trasfondo social y político de la película, que aquí funciona no como un telón
de fondo o un decorado, sino más bien como un factor determinante y parte del
propio discurso. Por un lado, la diferencia de clases. Cloe y su compañera son
dos indígenas que trabajan y viven en la
casa, a las que se suma un tercer personaje en las tareas del hogar pero sin
relevancia narrativa. Dos muchachas internas con pocas perspectivas de
superación social. Aunque en este caso viven razonablemente bien, el personal
doméstico de México es históricamente pobre y sin posibilidades de
emancipación. Además, de los millones de criadas que hay en el país el 80% es
indígena, lo que define muy bien un tipo de segregación soterrado y plenamente
admitido que perpetua, sine die, la diferencia de clases.
Por otro lado la película muestra la revolución social
vivida en el país desde finales de los años 60 y que tuvo dos momentos excepcionalmente
sangrientos, uno la matanza de Tlateloco en 1968, coincidiendo con los Juegos
Olímpicos, y otro el que muestra la película, la manifestación de estudiantes
del 10 de junio de 1971, asaltada y masacrada por grupos de jóvenes preparados
y financiados por el gobierno de la nación, el hegemónico PRI, y por los EEUU.
Ambos argumentos no son circunstanciales y sirven al
autor para contextualizar una situación que, lejos de ser una referencia
histórica, ha marcado el devenir del país americano hasta nuestros días.
Sobre Roma cabría
decir muchísimas más cosas en esta crítica, como la utilización del blanco y
negro, suave, alejado de contrastes, su magnífica fotográfica o su puesta en
escena, tan sobria como eficaz y llena de detalles. Mucho se ha escrito y mucho más se seguirá escribiendo y es por eso que se puede afirmar sin ambages que estamos ante una "obra maestra" contemporánea, muy cercana a los referentes del cine clásico,
sobre todo del neorrealismo italiano, pero que a la vez marca su propio estilo,
muy contemporáneo.
Bella, sutil, enorme, magnífica… en pocas películas se
pueden usar tantos epítetos sin exagerar.
Conclusión: vete a verla al cine o quédate en casa a verla,
pero no te la pierdas o serás excomulgado del clan de los cinéfilos.
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