Las brujas de Zugarramurdi

Actores: Hugo Silva, Mario Casas, Carmen Maura, Terele Pávez, Pepón Nieto, Secun de la Rosa, Jaime Ordóñez,
Comedia / España / No recomendada para menores de 16 años / 113 min.
A
la última película de Alex de la Iglesia le pasa lo que a casi todas las demás,
que peca de exceso. Hay mucho de todo: muchos actores, muchos cameos, mucho
efecto especial, muchos extras, mucho desparrame.
La
película comienza muy bien, vibrante y brillante, hasta delirante. Un atraco en
plena Puerta del Sol, abarrotada como la plaza de toros del chiste, que es
cometido por una serie de estatuas silentes. Un comienzo trepidante e
hilarante, quizá demasiado alto para mantenerse así toda la película, pero que
está muy bien llevado, con una realización vigorosa, una cámara excelente y un montaje
enérgico.
La
presentación de los personajes resulta muy divertida, ágil y eficaz, no dejando
al espectador un instante de sosiego, que en general es recibido con carcajadas
continuas.
Pero
la película sigue yendo a más. Aparecen las brujas del título y la narración
mantiene su nivel, rápido, gracioso, burlesco y a veces escatológico. Pero como
todo no puede ser perfecto, algunas bromas son un tanto grotescas o pasan desapercibidas,
límites opuestos del humor, pese a todo los nuevos personajes siguen
funcionando bien y son descritos con gracias dentro de situaciones que
funcionan.
El
problema quizá es que los personajes se siguen sumando y las situaciones van
creciendo. La locura que transmite de la Iglesia, al principio contagiosa, se
hace ya a veces un poco farragosa, y el discurso se vuelve irregular; la
genialidad de algunos momentos se vuelva en algunas secuencias puro fastidio.
El humor, sin embargo, ese humor del absurdo y del exceso, sigue impregnando la
cinta y el espectador seguirá, pese a todo, disfrutando.
El
problema, a mi juicio, es algo que ya he notado en otros títulos del director,
en especial en Balada triste de trompeta,
vigorosa, divertida y enloquecida película que tuvo éxito y premios hace un par
de años. Y es que el ritmo ascendente del film, que comienza ya muy arriba, y
la acumulación de situaciones y protagonistas, parecen empujar al autor a un final
grandilocuente, enfático por acumulación de efectos y en todos los sentidos
espectacular. Cualquiera diría que Alex de la Iglesia es vasco y no valenciano,
por lo fallera que resulta su puesta en escena, pero el caso es que no hace el
efecto que busca, sino más bien el contrario, una especie de cansancio visual
que no ayuda a cerrar la narración con la eficacia que se esperaría.
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