¿Qué futuro tiene el cine? 1ª parte

El estado de las cosas.-


            Desde que me conozco me recuerdo viendo cine, devorando cine en todos los formatos y en todos los lugares: filmotecas, cine-clubs, cine-estudios, salas de sesión continua, de estreno o reestreno, en la televisión o en vídeo. El cine siempre ha estado ahí y no concibo la vida sin él, como espectador o como creador, el cine siempre ha estado en el centro de mi vida.

            Hace poco inicié un debate en algunas redes sociales y comprobé como compartía este sentimiento con mucha gente que no concebía un futuro sin este medio de expresión: el cine no puede desaparecer y no va a desaparecer. Lo cual no sé si es más un deseo, una esperanza, que una realidad incuestionable.

            Lo cierto es que las salas cinematográficas han desaparecido del centro de muchas de nuestras ciudades, refugiándose en los centros comerciales en forma de multisalas con decenas de pantallas y una programación ad-hoc, en lo que quizá sea la invención del fast-film, películas de consumo rápido e inocuo. En todo caso, en la actualidad existen la mitad de pantallas que hace una década. Además, o por ello, el público sigue desertando de los cines, cada vez hay menos espectadores y estos son de un target más uniforme: de 16 a 25 años mayoritariamente, por lo que las películas que se realizan son cada vez más orientadas hacia este público objetivo.

            Paradójicamente algunas películas se siguen viendo masivamente, pero de otra forma, mediante plataformas de intercambio de películas en Internet o con descargas gratuitas; en todo caso por medios que no reportan absolutamente ningún beneficio al productor y mucho menos al resto de creadores que hayan intervenido, por lo que un título puede tener millones de visionados/descargas sin que ello suponga ningún feedback a los que han invertido su dinero o su talento en producir la película. ¿Cómo puede subsistir una industria de esta manera?

            En España, además, tenemos un problema coyuntural añadido. El Gobierno ha decidido que el cine no supone un bien cultural ni una industria que haya que apoyar o preservar equiparando el IVA al resto de productos de consumo, en contra de la corriente mayoritaria en los países de nuestro entorno, pasando de un 8% a un 21%. Para colmo de males se han reducido las ayudas públicas a la mínima expresión sin que hasta el momento se haya creado un mecanismo que lo compense, Ley de Mecenazgo, por ejemplo.

            No se trata de crear una alarma pero si de constatar un hecho. El cine vive una coyuntura de transformación como no la había vivido antes en sus casi 120 años de historia. La última muestra de esta transformación inexorable ha sido la definitiva migración del sistema de proyección de película fotoquímica a la proyección digital. Este cambio ha supuesto la muerte de los últimos laboratorios y la desaparición progresiva de la producción de celuloide.

            Un proceso de convergencia digital que había comenzado décadas atrás con la irrupción de las cámaras digitales en los rodajes profesionales, que si bien se encontró con alguna polémica inicial y mucha reticencia por parte de operadores y directores se ha acabado por imponer como forma de grabación estándar, desterrando a las cámaras de 35mm. De la misma forma que se ha impuesto la edición digital en contra del montaje en moviola. De manera que ahora todo el proceso se hace ya de forma digital: producción, postproducción y exhibición.

            Por otro lado nos encontramos además que todos estos procesos de creación y exhibición audiovisual se han popularizado como nunca antes. La "democratización" audiovisual ha venido de la mano del abaratamiento de los productos; las cámaras son cada vez más pequeñas, baratas y exigentes, por lo que casi cualquiera puede realizar grabaciones con la misma calidad que un profesional. Además, las ediciones digitales, antes prohibitivas, pueden ser instaladas en un PC cualquiera. Para cerrar el círculo, Internet permite difundir la obra a todo el mundo sin coste alguno.

            Estamos en un momento aparentemente fantástico para la creación audiovisual, tanto que incluso cualquiera puede grabar una película con su propio teléfono móvil, editarla con una aplicación gratuita y distribuirla mundialmente por la red. Una sola persona con un único aparato tecnológico puede realizar una creación audiovisual completa y difundirla. Tan sencillo, y tan complejo, como un hombre con un lapicero escribiendo una novela. La democratización audiovisual absoluta ha llegado.

            Es un cambio irreversible el que estamos viviendo, un momento convulso que puede resultar tan emocionante como inquietante. ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es el futuro?


            Todos los que estamos implicados en el proceso, como espectadores o como profesionales lo estamos viviendo así, con pasión y/o zozobra. El cine, en sus vertientes de arte, entretenimiento, cultura e industria no puede/debe desaparecer pero ¿en qué se va a transformar? 





Enlace relacionado.
Podéis leer un artículo muy interesante de Martin Scorsese sobre este tema publicado en el periódico La Republica
 Carta de Scorsese a su hija




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