Meteora

Drama / Greia-Amelmania / No recomendada para menores de 12 años /  82 min.
           
            Todos tenemos en la memoria las enormes y escarpadas formaciones rocosas de la llanura de Tesalia, sobre algunas de ellas se levantaron en el siglo XIV los monasterios ortodoxos de los monjes estilitas. Tenemos seguramente en la retina la imagen de un monasterio en lo alto de una puntiaguda roca, con un curioso y rupestre ascensor exterior de cuerda y saco, por el que se suben los víveres. Son los conocidos como monasterios de Meteora. De los veintidós originales apenas quedan seis en pie.
            En dos de ellos sitúa Spiros Stathoulopoulos la acción de la película. Un monasterio frente a otro, cada uno a seiscientos metros de altura y separados por una colina sobre la que crece un único árbol. En uno vive Theodoro, un monje ortodoxo griego, en el otro Urania, una monja ortodoxa rusa. Pese a tener la religión, el aislamiento, la orografía y la comunicación en contra crece entre ellos un amor y un deseo casi imposible de evitar.
            En este decorado de cuento metafísico desarrolla el realizador griego-colombiano su segunda película. Una cinta poético-experimental llena de silencios y sugerencias, de plásticas imágenes y de manierismo cinematográfico, para retratar la disyuntiva entre espiritualidad y deseo carnal. Literalmente para hablar de lo humano y lo divino, o en realidad, para recrear una metáfora sobre el cuestionamiento entre religión y deseos humanos.

            Es una película de poco dialogo, como pocas palabras hay entre Theodoro y Urania, que se comunican de celda a celda mediante los reflejos que emite una placa metálica que Theodoro hace llegar hasta la celda de la monja. Sus encuentros bajo el árbol son también bastante silenciosos, su amor y su deseo crece poco a poco acallados por la sensación pecaminosa que los envuelve.
            Con una observación casi documental, con largos encuadres fijos y frecuentes planos generales que dan idea de la imponente geografía que enmarca la narración, el director va recreando una acción minimalista cargada de profundo significado y de una pasión soterrada y dolorosa, siempre a punto de explotar, de dos personas sometidas a la dicotomía de su compromiso religioso y sus pulsiones carnales.
            La fotografía preciosista y pictórica se complementa con pasajes de animación surgidos de las imágenes de un retablo bizantino, una combinación estética que da idea de la entidad de la película, de un minimalismo diríamos que analítico. La apuesta experimental del film, con una poética tan estética y una narrativa escueta y sencilla, donde el relato se fragua entre la rutina y las repeticiones que van dando paso al deseo o al remordimiento puede, sin embargo, llegar a saturar al espectador. Se trata de que el público, como el propio director, participe de esa exploración de la naturaleza humana, se deje guiar por la mirada casi analítica de las pequeñas acciones y seducir por una puesta en escena muy cuidada y una iluminación con vocación pictórica, por el simbolismo de sus acciones, por la belleza y la metáfora del  paisaje...
            Sólo así podrá disfrutar de este film tan especial como distinto.
                          
Conclusión: Si lleva una mirada abierta y curiosa disfrutará de esta película (y también ayudará que vaya descansado, sin sueño).

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