Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia

Director: Roy Andersson
Comedia existencial / Suecia / No recomendada para menores de 16 años /  101 min.



Para los despistados conviene aclarar que nos encontramos aquí con una película sueca. ¿Y qué quiere decir esto? Bueno, resulta bastante banal reducir el cine regional a una mera paradoja, a un mínimo común denominador cinematográfico, pero es cierto que existe una visión, bastante generalizada, de un determinado cine dependiendo de su localización geográfica, de su país de procedencia. El cine francés se caracteriza, en el imaginario colectivo, en un cine donde predomina la palabra por encima de la acción, muy propio para ser exhibido en los liceos franceses para que sus alumnos se acostumbren a la lengua de Moliere. Y en el cine inglés a uno no le sorprende encontrarse con grandes mansiones, habitadas por tropas de sirvientes y señores estirados y flemáticos que no pierden la compostura ni mientras te están linchando, ya sea verbal o físicamente.

Es por este mismo fenómeno de simplificación colectiva que asumimos ciertas características comunes respecto del cine sueco. Esto nos viene, seguramente, de la frenética y apasionada ingesta del cine de Berman en los años 70’s y 80’s y de su mala digestión posterior. Pero es que por cine sueco entendemos algo frio, desabrido, falto de humor y de un ritmo lento, casi detenido.

Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia es exactamente así, pero a la vez uno tiene la impresión de estar ante una autoparodia nacional. Roy Andersson concluye aquí su trilogía sobre la existencia humana, sobre la esencia de la vida misma, y el resultado, no el cinematográfico, que es excelente, sino el filosófico, es devastador.


La película, León de Oro en el Festival de Venecia de 2014, es un trabajo complicado, entre el surrealismo, el absurdo, lo esperpéntico y la comedia existencial. Tratada en secuencias independientes, no siempre correlativas ni necesariamente relacionadas ni con los mismos personajes, uno tiene que hacerse el trabajo de reconstruir la historia una vez que ha abandonado el cine. Sucede lo mismo que con su compatriota IKEA, los famosos muebles suecos, te los llevas a casa y los armas tu mismo. La suerte es que tengo varios máster en librerías Billy y un doctorado en armarios Ilseg, además de muchos cursos en mesitas Vittsjö  y sofás Ektorp como para que una peliculita de nada me pille despistado. Si este es tu caso, adelante.

Los protagonistas principales de la cinta son dos vendedores de artículos de broma con poco éxito y menos gracia. Unos tristes perdedores de los que poco llegaremos a saber. Pero el elenco es mucho más variado, aunque igualmente desgraciado. Las escenas se sucederán y, como en los muebles de IKEA, uno tendrá que estar atento para utilizar la llave Allen adecuada en cada momento y poner cada balda en su sitio.


Con una puesta en escena absolutamente minimalista, tanto en decorado, ambientación o de recursos dramáticos, las secuencias se desarrollan con unos diálogos mínimos en un único plano secuencia, normalmente plano general. De manera que cada escena se organiza como una sintética obra teatral vista desde el patio de butacas. Ningún recurso puramente cinematográfico podrá sorprender al espectador, pero el devenir de cada acción, bastante banal por otra parte,  acaba causando un efecto  de brutal atracción, existencialmente demoledor.

Debo de reconocer que nunca había visto abandonar la sala a tanta gente y en un cine tan pequeño, además. También es verdad que todos los que se ausentaron lo hicieron respetuosamente, sin proferir improperios ni tirar objetos a la pantalla, como compartiendo la triste visón de la existencia humana del autor. Y también es verdad que quizá haya perdido la amistad del amigo que me acompañó y al que yo había convencido de ver esta premiada cinta. Por eso no quiero recomendar explícitamente esta película, simplemente decir que es una obra maestra, una comedia triste de una ironía muy escandinava, melancólica y existencialmente devastadora, pero que puede resultar hipnótica.



En general, la filmografía de Roy Andersson explora la existencia humana, meditando sobre la propia vida y la conducta de los seres humanos en su desolada y banal trascendencia. Una visión, por otra parte única y personal, minimalista y de un depurado estilo que navega entre el absurdo y lo naif con un humor muy IKEA. Un autor a descubrir, sin duda.


Conclusión: Hay que verla avisados y avisados estáis.

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